Episodio CDXXVIII (428) – CRONICA DE UNA CAIDA CABR*NA (PARTE 12)

13 de noviembre de 2025

Por fin llegó el día.  Después de once partes, nuestro querido amigo José llegó a la sala de emergencias de Centro Médico.  Por fin lo iban a operar.  Por fin iban a montar el Lego que tenía como hombro para que empezara a volver a la normalidad.  Se van a dar cuenta que, según lo que les voy a narrar en los próximos 3 ó 4 episodios, no todo es lo que parece.  Y comenzamos.

Domingo.  Después de haber almorzado, pues Don José se dirigió al centro hospitalario.  Pues como se iba a quedar, usó su UBER familiar.  Lo acompañaron su santa esposa y su hijo menor.  Abro paréntesis, porque esa mujer tiene que ser una santa para soportar al zángano de su esposo.  No esta fácil soportar a ese pendejo.

Cierro paréntesis y no le digan que lo describí así, porque después no me vuelve a dejar expresarme por este medio.  Ahora mismo no creo que El Nuevo Dia, Primera Hora o Metro me quieran dejar publicar en sus medios.

En un principio, entró solo a sala de emergencias.  Pasó la seguridad mostrando el referido que le había entregado el doctor el viernes anterior.  Llegó al área de recepción donde lo entrevistaron nuevamente y le tomaron los vitales.  Es algo gracioso porque, después que se rompió el brazo, su presión arterial estaba mejor que la de un bebé.  Entonces, le dieron el símbolo de que ya era huésped del hospital, la cinta de admisión que le daba acceso a todas las facilidades de entretenimiento en la localidad.  Bienaventurado.

Le asignaron una camilla que, por casualidad, estaba frente del área de vitales.  Pero entonces notó algo extraño.  Y no era con nada del hospital, en ese aspecto estaba todo bien.  Era con las cosas que le habían empacado.  Además de una maleta, tenía las placas, tenía una frisa, tenía una almohada.  Tenía suficientes cosas como para pasar una semana en el resort.  La desventaja era que, al estar en camilla, era lo suficientemente cómodo y menos en la situación en la que se encontraba.

Entonces, le informaron que supuestamente le iban a llevar cena, pero nunca llegó.  Eso sí, llegó un escuadrón de enfermeros con una misión: hacerlo sufrir.  Cuando le pusieron el suero, lo inyectaron con la aguja más gruesa.  Literalmente le apuñalaron la mano.  Después, le comenzaron a sacar sangre.  No fue uno, ni fueron dos.  Fueron seis tubos de sangre que le sacaron. ¡Carajo! Ni Drácula hubiera sido tan abusador.

Y antes de dejarlo sólo, su santa esposa e hijo le dejaron par de meriendas, refrescos y agua para que sobreviviera la noche.  ¿Ya dije que lo dejaron sin comer ese día?  Ehh, sí.  Perdón, es que de vez en cuando tengo la visita de mi primo alemán.  Alzheimer.  ¿También dije que del montón de cosas que estaban en esa camilla?

Al asunto fue que, ya al primer movimiento, que fue para sacarle las placas para la pre admisión, se volvió una mogolla.  Las placas, por un lado, la maleta por otro, un desastre total.  El cabestrillo tan bonito que le habían dado en la clínica tres semanas antes, lo perdió. Lo llevaron a no se sabe dónde, le sacaron dos tubos adicionales de sangre. Descansó par de horas.  No durmió, pero descansó.  Lo volvieron a mover de sitio como a las diez de la noche para radiografía.  Esta vez no era para placa, si no para hacer un CT del hombro.

En radiografía, Cocoliso, como voy a llamar de cariño al doctor que lo estaba atendiendo, lo dejó abandonado.  Eran como las once cuando apareció una asistente para informarle que lo iban a aceptar al hospital universitario.  Le llenó toda la papelería, lo entrevistó con las mismas preguntas que ya le habían hecho seis veces en la estancia y le puso una cinta de admisión nueva para la colección.  Ya llevaba tres; una de la visita en la clínica, la de sala de emergencia y la del hospital.

Cuando por fin llegó un escolta, le dijo a José que lo iban a trasladar a la sección de tratamiento.  Al menos, aunque continuaba en camilla, iba a estar en un cubículo.  Había un montón de personas, pero al menos no los tenia que mirar. ¡Miren que antisocial es el pendejo este! Jodían con velocidad cuando alzaban la voz, pero entonces llegó la solución a esos pequeños inconvenientes; la morfina. 

La segunda dosis lo puso a dormir.  La primera fue cuando le pusieron el suero y no sintió absolutamente nada.  El dolor continuaba, la inflamación no bajaba, además, estaba adolorido porque le apuñalaron la mano.  Ya dije eso, ¿verdad?  Maidito alzhéimer.

Pero la felicidad no fue completa.  Al rato llegó una de las enfermeras para hacerle un electrocardiograma.  Todo como parte de la preparación para la cirugía.  Cuando volvió a recostarse y coger un sueño, llegó Cocoliso II para indicarle que lo iban a operar el lunes.  Algo que le estuvo raro, porque según el ortopeda, la operación estaba programada para el martes.  Ese cruce de señales lo hizo sufrir al otro día.  Pero todavía no he llegado allá.

A eso de las seis de la mañana, le dieron la tercera dosis de morfina.  Ya en ese punto, aunque con dolor, se sentía en las nubes.  Saludaba a los pajaritos, los ángeles y los unicornios de colores.  Le prohibieron comer desde la noche porque lo iban a operar. Ya llevaba par de horas en ayuna y el efecto era un poco más significativo.

Así concluyó su primera noche en el hospital.  Sobrevivió al frio, al hambre, al dolor, a las conversaciones de sus considerados vecinos a altas horas de la noche.  Pero como decía uno de los gobernadores de esta bendita isla; “Lo mejor está por venir”.

Esperen estos próximos episodios porque van a ser interesantes.  Se van a enterar de la empatía de las entidades de salud con los pacientes, las intervenciones de corrección con los pacientes convictos, los casos raros que llegan a esa sala, entre otros.  Pendientes.

Porque eso querían, eso tienen.

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