27 de noviembre de 2025
Introducción
Es impresionante cómo he hecho una narración de un suceso de tres semanas en diecisiete partes. Espero se hayan sentido atraídos por la historia. Ahora debo decir que comienza la parte más dolorosa y frustrante del proceso que pasó nuestro amigo. Dicho esto, comenzamos.
Eso querían, eso tienen.
La operación
¿Dónde me quedé?
Okey, ya recuerdo. Eran las ocho de la mañana de ese lunes. Por fin le habían dado el visto bueno para la operación. A esa hora llegó su esposa y, por casualidad, llegó también la internista que le iba a explicar el proceso.
Hubo dos asuntos que a Don José le llamaron la atención. Primero, la entrevista haciéndole las mismas preguntas que le habían hecho desde la semana anterior. Por mi madre, que si llega a ser un repaso para un examen de reválida de leyes o de medicina, hubiese sacado perfecto. ¡Coño! Le preguntaron lo mismo como catorce veces. Ya estaba pensando en conseguir una grabadora y ponerla cada vez que iban a cuestionarlo.
Y segundo, la doctora le preguntó —y esa sí era nueva— si en algún momento había sufrido un infarto. A José le dio un infarto y él no se dio cuenta. A José le dio un infarto y él es tan despistado que ni lo sintió. Esa es la prueba innegable de que el tipo es un miserable insensible. No siente ni lo que pasa en su cuerpo. ¡Hay que joderse con él!
Después de quedarse esnú, en traje de Adán, lo llevaron a sala de operaciones. Allí lo recibió un grupo de médicos que le volvieron a hacer las mismas preguntas. Entre las nuevas, incluyeron si había sido operado anteriormente o si había tenido problemas con anestesias.
Le explicaron el proceso de la anestesia y el bloqueo postoperatorio. También le verificaron la garganta para ver si el tubo que iban a utilizar le cabía. Parece que después de la evaluación no hubo problemas, porque no preguntaron más nada.
Llegó el médico, serio como siempre. Hizo unas anotaciones y le indicó que todo estaba bien. Eso sí: hubo un comentario de tiraera hacia el plan médico. Si recuerdan, por culpa de esos miserables la operación se atrasó una semana. Dios los tenga en la gloria y esperamos que les dé lo que se merecen. ¡Hijos de puta! Por eso: ¡Free Luigi, carajo!
Entonces llegó el momento. Lo entraron a la sala. Lo prepararon. Le dijeron que contara de diez a cero. Se quedó en el seis. Después de eso se fue de este mundo y los médicos comenzaron a montar el juego de Lego, edición “Reconstrucción de Hombro”.
Obviamente, no sabemos qué pasó ahí dentro, pero vamos a imaginarlo. Recuerden que lo que tenía José era una fractura mayor. Recuerden que el médico donde fue originalmente le cogió miedo a la fractura y lo envió a Centro Médico. Recuerden que, dada la gravedad, el procedimiento se había programado una semana antes. Recuerden que, gracias a la burocracia del plan médico, eso no se pudo hacer. Y recuerden que, basado en su edad, José era muy joven para un implante y muy viejo para una reconstrucción. Algo así era lo último. Podemos repasar los episodios anteriores para acordarnos.
Pues imaginemos el cuadro en esa sala de operaciones. El doctor, todo serio, comienza a hacer la incisión, ve el hueso fracturado y les dice a los asistentes:
—Bueno, esta fractura está del carajo.
Entonces empieza a pedirle a los internos la placa, los tornillos, el barreno y el taladro, y les dice:
—Oremos, hermanos, para que este invento resulte y este pendejo pueda volver a mover el brazo.
Y añadió:
—Este individuo está gordito, así que no le molestará bajar unas diez libras en seis horas.
Pero después rectificó:
—Este es un reto, señores. Si logramos que este brazo sea funcional, podemos hacer cualquier cosa.
Y diciendo esto, tomó la caja de partes de repuesto y empezó a pegar y taladrar todo lo que pudo.
Par de horas después empezaron a cerrar la incisión. Ahora José tiene una cicatriz que va desde más abajo del cuello hasta unas dos pulgadas debajo del sobaco. Suerte que no usaron el método de coser heridas, porque hubiese quedado con un cien pies en el hombro. Pero se quedó con una herida bastante pronunciada, que ni el Cicatricure va a poder minimizar.
Varias horas después despertó en el área de recuperación. ¿Cómo llegó ahí?
Ni puta idea.
El asunto es que despertó normal. Nada de agitación ni efectos secundarios. Me cuenta que en una operación anterior —creo que fue por piedras en los riñones— al despertar les mentó la madre a las enfermeras porque no le hacían caso. Pero esta vez no pasó. Dios sabe lo que hace.
Lo que sí se dio cuenta fue que le habían puesto un pañal. La última vez que tuvo uno de esos fue hace más de cincuenta años, y era de tela. Los desechables no existían en su niñez. ¡Maldita viejetud! Pero nada, aún no tenía que hacer ninguna necesidad y esperaba que eso no ocurriera. Mucho menos si fuese el número dos. Ahí sí iba a tener problemas con mucha gente.
Pasó un rato y le llevaron comida. ¡Wow! Lo consideraron y le llevaron comida. Un menú espectacular: arroz con gandules, pernil, pan y postre. Pero había un problema. El pernil estaba en rodaja. O sea, había que picarlo. ¿Y cómo carajos iba a picarlo si solo tenía un brazo funcional? Nada, uno de los enfermeros —excelente persona y más porque también se llamaba José— lo ayudó. Le picó la carne y así pudo comérselo. ¡Gracias, José! Con pequeños detalles se conquista el mundo.
Y entonces lo enviaron al cuarto. En el trayecto se encontró con su madre, que de nuevo se iba a quedar otra noche con él para cuidarlo. Esta vez sí era necesario. No porque no pudiera hacer las cosas solo, sino por si acaso. Después de una cirugía, cualquier cosa puede pasar. Y eso, nuestro amigo estaba claro. Por eso no protestó.
Pasó el lunes. Al otro día lo daban de alta, si todo salía bien.
Pero eso lo dejamos para el próximo episodio.
Porque eso querías, eso tienes.
Si te gusta esta historia, dale “LIKE”. Eso me ayuda a saber si este estilo les gusta o si debo ajustar la narrativa. Gracias anticipadas.
Te puedes suscribir a las páginas de Eso Querías, Eso Tienes en Facebook y WordPress, donde tienes que registrarte con tu correo electrónico. Puedes escribir tus comentarios al correo electrónico esoqueriasesotienes@gmail.com. Le puedes indicar a tus amigos y conocidos sobre la página www.esoqueriasesotienes.com.